Los grandes avances contra el cáncer de seno
El mundo cuenta hoy con un mayor conocimiento y mejores herramientas para combatir la enfermedad.

Por todo lo que implica, es inevitable recibir un diagnóstico de cáncer de seno con preocupación e incertidumbre. Al fin y al cabo, en Colombia mueren cuatro mujeres cada día, en promedio, por esta causa.
Sin embargo, gracias a los avances científicos, impulsados por la creciente batalla contra la enfermedad en las últimas décadas, el mundo cuenta hoy con un mayor conocimiento y mejores herramientas en este campo. No es exagerado decir que las mujeres afectadas –unas 6.500 cada año, solamente en nuestro país– tienen hoy mejores opciones de tratamiento, las cuales brindan una supervivencia mayor en los estados avanzados del mal e incluso abren la posibilidad de encontrar una cura, cuando se detecta en etapas tempranas.
El descubrimiento de biomarcadores –que definen las características del tumor– y el surgimiento de nuevos métodos diagnósticos y de terapias ajustadas a las particularidades de cada tipo de tumor son solamente algunos de los significativos pasos que se han venido dando para ponerle freno al cáncer más común entre las mujeres (uno de cada cuatro).
Los siguientes son los principales hitos que han marcado la lucha contra el cáncer de seno y sobre los cuales se sostienen las esperanzas de los 1,7 millones de personas que cada año son diagnosticadas con este mal en todo el mundo.
Los biomarcadores desnudan la naturaleza de cada tumor
Los también llamados marcadores biológicos son proteínas que están presentes en diferentes tipos de cáncer; según el tipo de tumor, mutan o aparecen en mayor o menor cantidad. Los biomarcadores permiten conocer las características específicas de cada cáncer y predecir el desarrollo de la enfermedad e incluso la respuesta que una mujer diagnosticada podría tener a una terapia específica. Un ejemplo de este progreso es el descubrimiento de la vía de señalización HER2, que permitió identificar uno de los tipos más agresivos de tumor mamario: el cáncer de mama HER2 positivo.
Gracias al conocimiento de los diferentes subtipos de este mal, los investigadores han podido desarrollar medicamentos y terapias dirigidas, que se enfocan en atacar puntualmente esos marcadores específicos, mejorando la efectividad y seguridad de los tratamientos.
El aporte del genoma
El conocido caso de la actriz estadounidense Angelina Jolie, quien asombró al mundo cuando anunció que se había sometido a una doble mastectomía para evitar el desarrollo de cáncer de mama, tiene una sólida explicación científica, que parte de las investigaciones hechas para descifrar el genoma humano. Estos trabajos permitieron conocer y caracterizar los entre 20.000 y 25.000 genes que componen la estructura humana. Uno de los avances más destacados es el hallazgo de mutaciones genéticas, como las de los genes de BRCA1 y BRCA2 (que tiene la reconocida actriz), que permiten predecir la susceptibilidad de una mujer a desarrollar ciertos tipos de cáncer, entre ellos el de mama. Al descubrir la alta probabilidad que tenía de padecer la enfermedad, debido a sus antecedentes familiares y su riesgo genético, Jolie tomó la decisión de hacerse la doble mastectomía preventiva, que le permitió reducir ese riesgo en un 90 por ciento.
La llegada de la terapia dirigida
Una vez se avanzó en el conocimiento específico de los tumores y de los cambios genéticos en las células que producen el cáncer de seno, los investigadores lograron desarrollar medicamentos cada vez más específicos que atacan directamente al tumor. Como ejemplo de estos avances, se encuentran las terapias biológicas, basadas en anticuerpos monoclonales, que le han dado un giro de 180 grados al tratamiento de la enfermedad.
El cáncer de mama HER2 positivo es un buen ejemplo de este avance. Al conocerse la biología y el comportamiento de este tumor se diseñaron medicamentos que ayudan a desacelerar el crecimiento de las células tumorales HER2 positivas, y permiten aumentar la supervivencia de las pacientes afectadas por este subtipo agresivo de la enfermedad.
La medicina ahora es personalizada
La medicina personalizada consiste en proporcionar el diagnóstico y el tratamiento adecuados para cada paciente, y en el cáncer de mama este principio no es la excepción. Este enfoque ha sido parte del tratamiento contra este mal durante más de una década y se ha dado gracias al desarrollo de métodos diagnósticos cada vez más especializados, que permiten predecir la respuesta que tendrá un paciente a un tratamiento determinado, así como ajustar la duración de este e incluso la dosis correcta para su aplicación.
Al identificar las características tumorales, los medicamentos actúan sobre las células cancerígenas para las cuales han sido diseñados, de modo que su eficacia es mayor y los eventos adversos que tanto temen los pacientes son menores. Esta realidad científica también es más efectiva en términos de costos para los sistemas de salud, pues conocer de antemano la respuesta al tratamiento permite definir la conveniencia o no de cierta terapia.
Los tratamientos combinados prolongan la vida y marcan el futuro
Los más recientes estudios presentados en los congresos internacionales de oncología, como el de la European Society of Medical Oncology (Esmo) celebrado en Madrid (España), dan a conocer cómo se abren nuevas opciones para el beneficio de las pacientes actuales y futuras. En el marco de este congreso se presentó el estudio Cleopatra, cuyos resultados demostraron que los nuevos métodos y combinaciones para tratar la enfermedad avanzan a un ritmo vertiginoso. El estudio demostró que la combinación de dos anticuerpos monoclonales con una quimioterapia para el tratamiento del cáncer de mama HER2 positivo metastásico aumentó la supervivencia global de las pacientes a 56,5 meses en promedio. Los resultados fueron calificados por los expertos de “sin precedentes” en la historia de los tumores de seno avanzados, y, a su vez, como el nuevo estándar de tratamiento para estas pacientes.
Los estudios que se desarrollan apuntan a buscar, en un futuro cercano, aplicar estas terapias en etapas más tempranas para lograr la cura y evitar que desemboque en metástasis.
Nueve hitos en el tratamiento de este mal
Siglo XVI
El médico francés Henri François Le Dran (1685-1770) asegura que la única cura para el cáncer de mama es la cirugía al comienzo de la enfermedad.
1870
El médico estadounidense William Stewart Halsted, pionero de la cirugía moderna, desarrolla la mastectomía radical clásica o extirpación del seno.
1882
Se lleva a cabo la primera mastectomía radical, que consistió en extraer todo el seno, junto con los ganglios axilares y los músculos pectorales mayor y menor.
1885
Presentan la primera prótesis mamaria hecha en plástico (mama-Pad) por Charles L. Morehouse. Estaba hecha de caucho natural, lleno de aire a presión normal.
1950
Se establece que la cirugía y la quimioterapia combinadas (tratamiento adyuvante) aportan mejores resultados en el tratamiento de la enfermedad.
1960
Se conocen los primeros métodos de mamografía modernos. Se desarrollan a finales de los 60, y la American Cancer Society los recomienda en 1976.
1998
Científicos producen en laboratorio el primer anticuerpo monoclonal para el cáncer de mama metastásico subtipo Her2+, uno de los más agresivos.
2007
Desarrollan pruebas que identifican, en el tejido de los tumores, la presencia de receptores (moléculas que facilitan el crecimiento de células malignas).
2013
Lanzan el primer anticuerpo conjugado (biotecnológico y quimioterapia en un solo medicamento) para el tratamiento del cáncer de mama metastásico.
‘Después del diagnóstico, soy una mujer y una psicóloga distinta’
Solo después de ser diagnosticada con cáncer de seno, la psicóloga clínica Yolanda Liévano entendió que para un paciente resulta ofensiva la negación que los demás suelen hacer de su enfermedad por la vía del ‘todo va a estar bien’.
Por eso, un año después de recibir la noticia, esta bogotana de 49 años no baja la guardia ante su situación. Además es su propia terapeuta y la de otras mujeres que también sufren este mal.
Casi siempre, cuenta, tiene la fuerza para levantarse y hacer consulta. Atiende a sus pacientes en un ambiente amable, sin ocultar nada, ni siquiera el hecho de que los tratamientos le hicieron perder el pelo. Es más: las pelucas y pañoletas que compró para ocultar su calvicie, típica en esta etapa de la enfermedad, se quedaron sin estrenar.
“Una cosa es ver las enfermedades desde afuera y otra, vivirlas en carne propia –dice–. Sin duda, ninguna experiencia en consulta, por más dolorosa que haya sido, logró transformarme como la mía”.
Liévano está convencida de que las enfermedades llegan para dar una lección. Por eso aconseja a las personas que reflexionen sobre las cosas que deben cambiar en sus vidas –no solo en lo físico, sino también en lo emocional y espiritual–, sin necesidad de pasar por experiencias dolorosas.
“Yo ayudaba a todos y en la última que pensaba era en mí. Era la líder, la consejera, la encargada de sostener aquí y allá, del bienestar de otros, por encima del mío. Descubrí que no había dejado nada para mí; lo que me ganaba lo gastaba, y no quedé con ahorros para el día en que no fuera productiva. Pensé que ese momento nunca llegaría”, admite.
La psicóloga estaba segura de que su generosidad le tenía ganado ‘un pedacito de cielo’. Y pese a que varios familiares habían muerto a causa del cáncer y de que su papá recientemente se había enfrentado a un tumor de próstata, creía que sus buenos hábitos, sana alimentación y cero vicios la hacían invulnerable. Vivía confiada y tranquila.
Eso sí, tomaba precauciones. Con frecuencia se hacía el autoexamen de seno después de la ducha y nunca notó algo extraño. La última mamografía que se había practicado tampoco detectó nada.
Pese a todo, por razones que no se explica, la inquietud se sembró en su corazón en enero, mientras veía una telenovela. Uno de los personajes murió por un cáncer de seno y eso la impactó. “Entonces empecé a jugar, a palpar el seno con un solo dedo, y sentí una pepa. Me alarmé y pedí cita de urgencias... Para el fin de semana ya me habían operado la mama derecha”, recuerda. La batalla contra un tumor que le llevaba casi dos años de ventaja apenas comenzaba. De hecho, describe la segunda cirugía como el momento más doloroso de su vida.
“Me sentía como asistiendo a un reality en el que resulté metida sin ser consultada. Cuando pensaba que ya había pasado por lo más difícil, venía algo peor: quimioterapias, radioterapias y hormonoterapia…”, relata.
Ante la falta de ahorros, Liévano puso en venta la casa donde tiene el consultorio para poder pagar los tratamientos adicionales, los sueros y la dieta especial durante un año. Ella confía en que al cabo de ese periodo estará mejor. Aun así, sabe que su recuperación es incierta; cabizbaja, afirma que el médico le dijo que cuando el tumor tiene determinados años y es de cierta profundidad, como en su caso, hay que esperar hasta el final del tratamiento para saber si el cuerpo responde.
Lo que cambió
La consulta de Liévano tuvo un antes y un después de su enfermedad. Confiesa que había caído en la tendencia de la autosuperación y el pensamiento positivo, pero ahora trabaja en la aceptación, que –en su opinión– es lo más difícil en un proceso como el suyo.
No faltan los pacientes que la ponen contra la pared con frases como: “¿Usted cómo va ayudarme, si está en las mismas o peores condiciones que yo?” Liévano les contesta que ahora tiene más criterio para respaldarlos, porque puede hablar desde la experiencia propia.
Y a quienes afortunadamente no tienen la enfermedad, intenta despertarles la conciencia de que a cualquiera le puede pasar. Según ella, cuando las personas contemplan lo que puede pasar en sus vidas, se preparan para administrar los momentos difíciles y prevén emergencias como las incapacidades.
Las personas más difíciles, cuenta la terapeuta, son las que viven con miedo a un diagnóstico –porque creen que van a estar peor si llegan a saber que están enfermos– o al tratamiento. “He tenido pacientes que prefieren nunca confirmar la existencia de un tumor y morir sin saber que lo tuvieron. Y sé de otros que han muerto de un infarto en la cirugía, por el miedo que les produce el tema”, afirma.
Ese miedo a la muerte también ha sido una dura experiencia para la especialista, que defiende la necesidad de contar con alguien a quien poder decirle: ‘Si me muero, necesito que me ayudes a hacer tal cosa’. “Uno requiere el permiso de decir lo que le queda pendiente y no alguien que le huya”, argumenta.
La soledad ha sido otra dificultad, porque sus papás son ancianos y no pueden acompañarla a la sala de urgencias cuando lo ha necesitado. Su hijo, sobrinos y hermanos viven en el exterior. Su gran apoyo ha sido su novio, que, aunque no vive con ella, le ofrece respaldo económico y la acompaña en los momentos de lágrimas y pataletas.
Liévano asegura haber aprendido, durante este duro proceso, a amarse y a respetar sus sueños, locuras, deseos y todo lo que confrontó cuando fue diagnosticada. “Ahora entiendo el poema que dice algo así como ‘si pudiera vivir nuevamente mi vida, cometería más errores, no intentaría ser tan perfecto, me relajaría más, haría más viajes’...”, concluye.